¿En El Pequeño Libro Rojo del activista en Red, prologado nada menos que por Snowden, te dirigías a periodistas, pero de algún modo el interés por la protección de las comunicaciones personales atañe a la ciudadanía. ¿Qué consejos se le puede dar al ciudadano común para tener una comunicación más segura sin dejar sus redes sociales? ¿Cuánto anonimato nos queda?

Muy poco. Aunque durante mucho tiempo yo he sido una gran defensora del uso de herramientas criptográficas y lo sigo siendo, pienso que el usuario es relativamente responsable del estado de cosas porque se ha entregado a plataformas que tienen algoritmos opacos, que tiene los servidores fuera de su jurisdicción, en lugares donde no están protegidos por ley porque la mayoría de los usuarios de Facebook o Google no son estadounidenses.

Pero también pienso que hay un límite a la responsabilidad que tienen, porque estamos hablando de empresas que contratan a docenas y docenas de genios no solamente de la programación y del diseño sino de la antropología la psicología, la sociología, es decir especialistas del comportamiento para diseñar herramientas que hagan imposible que tu uses sus servicios sin derramar una cantidad absurda de datos personales. No es tanto qué tonto soy que dejo que me roben los datos, sino qué poderosas y qué bien diseñadas esas herramientas que mi vida parece imposible si no uso esas herramientas, y las herramientas no se pueden usar sin dejar millones y millones de datos.

Entonces, yo lo que digo siempre es usar software libre. Primero, porque el software libre pertenece a otro tipo de negocio, y segundo porque el código que está abierto es el único código que se puede auditar.
¿Cuánto nos puede proteger una contraseña?
Hay dos opciones que son buenas. Usar contraseñas que sean frases. "Todos los pájaros del reino fueron a picar las flores" es una frase muy larga para las máquinas, les resulta más difícil llegar a una respuesta, y para los humanos es más fácil recordarla.

La otra opción es usar una herramienta que guarde claves y genere claves llenas de números y símbolos y las recuerde, que no las tengas que recordar tú. Ambas opciones son buenas. La que no es buena es usar 1234 admin, que es la contraseña más utilizada del planeta y la favorita de todos los hackers del mundo.
¿Qué te llevó a indagar profesionalmente sobre la seguridad en internet?

Una mezcla de casualidad y curiosidad. Cuando Internet estaba llegando a España yo estuve vinculada de manera muy lateral a un documental que se hizo aquí sobre hackers. Miguel Ángel Nieto era director y amigo mío. Entonces, de repente, me relacioné con un grupo de hackers, cuando nadie sabía lo que era eso; era el año 98. Me enseñaron a comunicarme de manera segura, a utilizar claves criptográficas, a saber cuáles canales de comunicación eran apropiados y cuáles no, desde el punto de vista de la seguridad.

Además, yo estaba escribiendo sobre tecnología para distintos medios en España. Tuve la suerte de empezar a escribir sobre esto cuando llegaba Internet, lo cual para mí ha sido un regalo.

Pero mi interés en la tecnología siempre ha sido muy mecánico siempre me he interesado mucho en cuáles son las infraestructuras que soportan las comunicaciones, qué tipo de particularidades tienen, cómo se reflejan en el software que se usa, qué tipo de gobernanza tiene el software.

Siento que dentro del periodismo tecnológico hay dos grandes maneras de ver el mundo. La más corriente durante muchos años ha sido un poco la electrónica de consumo: va a salir este aparato, tiene estas características. Esto para mí no es tecnología. Y luego el mundo de cuáles son las mecánicas del mundo que los rodea, cómo condiciona tu manera de relacionarte con el mundo y con el resto de las personas y qué peligros conlleva. A mí siempre me ha interesado eso.

En los últimos años ha habido un esfuerzo en que las infraestructuras que permiten las telecomunicaciones y que las plataformas que usamos para comunicarnos sean opacas, porque revelan un grado de centralización tremendo. No son dispersas, descentralizadas y bien distribuidas sino que están muy centralizadas. No están diseñadas para la eficiencia sino para el control. Yo vengo un poco de ese mundo.


¿Por qué debería preocuparnos que nuestra información esté en manos de terceros?

Es una pregunta difícil porque la mayor parte de los peligros todavía no sabemos cuáles son. Hace cinco años cuando hablábamos de que plataformas como Facebook o servicios como los de Google acumulaban mucha información sobre nosotros, la mayor parte de la gente decía: "No me importa porque lo hacen para venderme mejores productos o más apropiados para lo que yo necesito y prefiero ver un anuncio que me venda bien que un anuncio que no me sirvan para nada". Y otros pensaban: "no me importa porque mientras yo no sea un criminal y no tengo nada que ocultar, tampoco pasa nada".

Hay un ejemplo reciente que me interesa mucho. En EEUU han atrapado a un hombre que mató y violó a un gran número de personas desde los años 70 porque un familiar lejano introdujo resultados de un análisis de ADN en una web de investigación. Es interesante, porque hay muchas empresas que te ofrecen un análisis de ADN para decirte si tienes un porcentaje de sangre rumana, o de sangre norteafricana, o sueca, para volver tu árbol genealógico hacia atrás.

Ha sido público y notorio que algunas de esas empresas se inventan lo que te dicen, pero algunas podrían llegar a proporcionarle la información sobre tu ADN a entidades u organizaciones interesadas en saber si tú vas a tener problemas de salud o diabetes cuando tengas cierta edad.

Los datos médicos son los datos más protegidos del mundo. No solo te afecta a ti que tú dones tu ADN de manera altruista o tonta; afecta a toda tu familia. A este señor, que probablemente es un asesino y está bien que lo hayan encontrado, lo han encontrado porque un miembro distante de su familia dio información sobre su ADN a una empresa de investigación que lo hizo público. Es importante saber que cuando tú cedes tus datos es algo que muchas veces fe afecta a ti, a tu familia y a todos lo que te rodean.

Marta Peirano
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